20 abr 2010

Tu cuento...

Erase una vez, en un reino muy lejano, tiempo atrás de los que hoy vivimos. Una pequeña comarca de un lugar remoto en las devastadas tierras por guerras, vivía una pequeña princesa, de mirada perdida, ojos grandes negros penetrantes, pelo tan negro como el universo,  manos tan suaves como la seda  de allende los mares. Vivía rodeada de todo aquello que cualquiera soñaría, un lujoso palacio,  cuidados todos y más. Cultivada en miles de tomos de la inmensa biblioteca de su reino, anhelaba viajar, soñaba con sentirlas olas de ese mar que en los libros imaginaba.
Cada día al despertar corría hacía la ventana de la almenara en la que dormía, corriendo a ver si desde la altura oteando el horizonte, podía oler esa brisa marinera que en los días soleados el aire le perfumaba la habitación.
Temía enamorarse. Una vez se enamoró y al igual que en los libros, entregó todo y más a un príncipe que precisamente azul no era, y cuando lo besó, se convirtió en rana, y no al revés. Anhelaba cualquier atisbo de libertad.
Un día soleado de una primavera que comenzaba a dibujar flores en el terreno hostil, la brisa marinera la perfumó su sutil cuello, aire puro, limpio y fresco. Asomada en la ventana de su alcoba perdía su mirada en el horizonte  soñando con volar, más allá de cualquier frontera que la distancia quisiera ponerle.
A lo lejos, apareció una polvareda, difuminaba el paisaje con el polvo levantado, un noble caballero, llegado de tierras lejanas, que vagaba por aquellos lares.
Oscuro corcel, de piel tan negra como cualquier noche sin su mirada. Su armadura relucía como la luna en las noches de verano, que dibujaba la sombra de los inmensos árboles en la tierra árida. Se acercaba rápidamente, cómo un pájaro volando por el cielo.
Se acercaba, cada vez más cerca, y casi sin darse cuenta, se postró en la entrada a su palacio. La guardia de la puerta lo retuvo, allí lo hicieron desmontar del caballo, el cuál relinchó. Posó sus pies en el suelo, y se disponía a descubrirse la cara…Cuando poco a poco se quitó el yelmo de su sien, el sol alumbró sus dorados cabellos, ondulados cómo el trigo cuando el viento los mueve a su placer. Alumbró de camino los ojos que brillaban como el mar cuando el sol se reflejaba en él. Los guardias preguntaron que le traía por estas tierras, a lo que respondió: Busco a una princesa que anhela vivir, viajar y ser libre. Los guardias confusos, se miraron extrañados, y uno de ellos corrió hacía dentro del castillo en busca del Rey. Su majestad se encontraba en otra región ultimando los detalles para la boda su hija. Por lo que era su hija la que en esos momentos tenía la potestad absoluta sobre el reino, a lo que la pequeña princesa salió en busca del caballero.
En la puerta del Castillo, el caballero seguía en el suelo, esperando a que alguien le diera una explicación. A lo que la pequeña princesa llegó, ella se enamoró, como nunca, comprendió la sensación de timidez, de grandeza, de locura, cordura, amor, desamor… se enamoró. Sea cercó al caballero y le dijo: Noble caballero, monte usted a su caballo y márchese de aquí, nadie anhela soñar. El caballero, agachó la cabeza y montó en su caballo, se dio la vuelta para abandonar aquél castillo… La princesa lo miraba, y dijo: Váyase, pero lléveme consigo. El caballero hizo parar a su caballo, miró atrás y notó en la mirada de la pequeña princesa todo aquél amor que anhelaba. La cogió por la cintura y la montó en su caballo, desde aquél día, todos los ejércitos del país, y de los territorios aliados los buscaron por tierra, mar y aire. Desaparecieron los dos, para siempre, siendo felices en cualquier sobre de un árbol, en cualquier playa de aguas cristalinas, en cualquier montaña rodeada de nieve…fueron felices desde entonces y cada noche, no comían perdices, sino a ellos mismo entre besos de locura….
Este es el cuento que nunca debí escribir. Digo aquello de que “ nunca he sufrido tanto como cuando era feliz…”

1 comentario:

Whitney dijo...

...Te quiero y nada más.