17 nov 2009

Carcelera

Aquí estoy, encerrado entre tres paredes y una verja de hierro.
Este es el precio que pagué por ser un iluso, por no saber llenar cada parte de ti con mis palabras y miradas. Pedí clemencia en mi juicio, pero el juez no sabía de sentimientos, yo lo hice sin darme cuenta, me enamoré sin querer de una mariposa juguetona que revoloteó un día por mi verita.
Recuerdo ese juicio de moralidad… allí estaba yo, sentado en ese viejo banquillo de los acusados de enamorarse, cabizbajo, pensativo, soñoliento…Hablaban, discutían, sobre mi culpabilidad. Pagué a ese abogado, pero no tenía la esperanza de ganar en este juicio, yo era el culpable de todo, lo sabía.
Tocaba el momento de mi declaración. Pensé si levantarme o no, lo hice, siempre defiendo mi verdad esta vez no iba a ser menos. Me acerqué, miré al Juez a la cara, me preguntó: “¿tiene algo que alegar a su defensa?”. Señor juez, este juicio de moralidad no lo merezco, soy culpable. Al decir estas palabras miré al suelo…levanté de nuevo la mirada desafiando al juez y seguí hablando: soy culpable de escribir negro sobre blanco una historia de amor, soy culpable de hacerla sonreír, soy culpable de hacerla un poquito más feliz, soy culpable de quererla más que nada en el mundo, soy culpable que llorar por su ausencia, soy culpable por intentar conquistar ese corazón de hielo, soy culpable por todo cuanto intenté hacer para verte feliz…
Leía mi sentencia acatando la decisión de cumplir condena en la cárcel del recuerdo.
Entré en esa celda, esa era mi sentencia…
Este juez que es la vida, no entiende de sentimientos, de amor, ni de felicidad.
Si este es el precio que he tenido que pagar, quiero volver a cometer el bendito delito de todo lo que me declaro culpable, de quererte, de soñarte, de pensarte, de escribirte, de amarte por encima de todo, de esta locura sin razón que me provocas cuando estás, de este aire que me falta sin ti, de esas horas que soy prisionero de los relojes del tiempo, de imaginarme contigo, de querer traerte la luna adornada de estrellas, de intentar conquistar la fortaleza, de ser un noble caballero…SÍ, SOY CULPABLE DE TODO LO ANTES DICHO.

8 nov 2009

Algún día yo, te contaré la verdad...

Con el paso y el peso de los años la vida te va enseñando a creer y confiar en los que realmente te demuestran su honestidad, sabiduría y su VERDAD.
Una sevillana dice: “para tomar cuatro copas, amigos tengo un montón”, y es así. Amigos que te dicen verdades como puños, aunque duelan, son los que tienes que conservar para ser feliz en la vida.
Pecamos muchas veces de inocentes, y confiamos confidencias a personas que en un principio te demuestran su gran amistad…pero que en el peor momento que lo pasas en tu vida, son los primeros que te clavan un cuchillo a traición por la espalda, se ríen de tus desgracias a tu espalda y luego te dan el beso de JUDAS.
Y sí, es así, tan doloroso cómo patada en los huevos, pero te levantas, y confías en los que sabes que te dicen la verdad y nunca jamás te ocultan la realidad, confías en esos que te hacen abrir los ojos cuando estás cegado. A mí me enseñaron a ir con la verdad por delante, porqué es así cómo se hace un hombre, porqué podrás enfadarte con quién te dice lo que no quieres escuchar, pero al final sabes que eso es la auténtica realidad. Pienso que la falsedad de las personas es culpa de una educación mal recibida, o mal aprendida.
Pero esa sevillana sigue… “pero amigos, que te llenen el corazón con un abrazo sincero, amigos como tú y yo es difícil compañero”. Porqué amigos no es aquél que está en los momentos malos, amigo es aquél que sin su presencia notas como si te faltase el aire.
A día de hoy, tengo muy claro en quién confiar todo, y a quienes pedirle consejo cuando lo necesite.
Y a los que leáis esto, no os dejéis engatusar por palabrería, observar los hechos y actos de cada una de tus amistades y sabrás la verdad.
Algún día yo, te contaré una verdad…