24 abr 2010

En el tren de tus labios...

Recuerdo vagamente aquel año en que floreció mi corazón en cualquier lugar de tu habitación. En el que el sol se reflejaba en la profundidad de tu mirada, ese tiempo en el que nada era lo que parecía, en lo que todo al final tuvo que parecer a cualquier final.
Se tuerce cualquier camino hacia la perdición de tu país de las maravillas, ese de dónde nunca debí salir.
Laberinto de ideas, pensamiento y frustraciones. Laberinto de luchas en mi interior, cruentas y   sanguinarias. Lucha de fuerzas tirando cada una a cada lado de mi vida. En una la luz, la pequeña mariposa juguetona, la calma y tranquilidad,  la sinfonía perfecta sin componer. En el otro, la espera eterna de la oscuridad en mí, esa que me hace refugiarme en el pensamiento más obseso sobre quién soy.
Lucha de titanes, cómo decía el grande. Lucha de futuro,  y presente. 
Pudieran decir quién me conoce, que escribí  sobre más de una guerra, más de una batalla y una pérdida, pero puedo asegurar que ninguna igual que ésta en la que me encuentro.
Dos poderosos enemigos luchan en el campo de batalla de mi cuerpo, uno luchando por quedarse aquí, otro luchando por no salir. Una lucha sin razón de ser, porqué nada tiene que volver a pasar. Mi conciencia y tu voz luchan por no morir.
Mi conciencia que me incita a correr y no parar hasta no llegar dónde no estés.  Esa que me dicta lo que está bien o mal y que alguna que otra vez me grita lecciones de moralidad. Esa que cuando no hay nadie más, se ríe de mi, de cada uno de mis pasos en falsos que doy y no aprendo la lección. Esa que me dice que tengo que aprender de una puta vez a mirarte y no sentir nada.  La que cuando a solas me encuentro grita en mi silencio haciéndome recordar momentos que quise olvidar. 
Tú, tú me das la pequeña mota de vida, tú estás allí dónde miro, el trocito de cielo dónde descansar, la que no pretende hacerme pensar, la que inundas  mi conciencia haciéndola callar, la que pinta el sol en la oscuridad de la lluvia, la que  sin hablar me dice todo, ella es el elixir de mi eterna juventud. Agua que calma mi sed, la que abandona mi soledad. Ella abre el cielo de par en par cuando me dice que me quiere.  Es mi trinchera en tiempos de guerra, es cualquier sinónimo de paz.
Y entre dos poderosos enemigos me encuentro, sin saber lo que hacer ni por lo que luchar. Si aprender o volver a caer. Pero aquí, alguien ganará, no sé si tú o mi soledad. Pero como en cualquier guerra, alguien tendrá que abandonar sea cual sea de las dos, yo la echaré de menos. Porque nunca fui más desafortunado que cuando fui feliz, porque en la penumbra de mi soledad es cuando nacen las mejores letras que te conquistaron, pero no quiero escribir si no es a ti. Por eso desde aquí, y desde ya, pido perdón a quién pierda de las dos…
No estás en mi pensamiento, porque eres tú la luz que guía mi caminar.

1 comentario:

whitney dijo...

...y te vuelvo a querer