18 feb 2010

La carta de S. Juan...

Bajaste la luna y con ella iluminaste mi alma apagada. Llegaste en primavera inundando con flores el crudo invierno en el que vivía mi corazón. Me diste esa bocanada de aire fresco que me hacía falta para respirar.
Llegamos a confundir las noches y los días, las lunas con el sol, nuestros cuerpos se entrelazaban por ver quién daba más amor, mis manos y las tuyas batallaban siendo la prolongación de nuestro corazón.
Decido escribirte ahora que no estás, ahora que recuerdo tu mirada en mi mirada intentando decir palabras sin hablar. Recuerdo como en mi pecho descansabas, como tu respiración me llenaba de tranquilidad, como mis dedos anillaban tu pelo y lo volvían a alisar, como la claridad vencía la noche que pasaba inerte entre los dos, y cómo apagabas el sol con tu despertar.
Recuerdo las confesiones que un día le hice a la mar, de morirme de pena si te marchabas, y muerto de pena estoy ahora que no estás. Ahora que no existen lunas en el mar, estrellitas en mi cielo, ahora que no eres el refugio de la tempestad.
Ahora vuelvo a  naufragar en la tranquilidad de tu mar, ahora cumplo la más noble condena de haberte dado todo y más. Ahora que me cuesta despertar, que me falta ese aire que me hacia respirar, ahora, que no estás.
Ahora te digo que volvería atrás, a ese crudo invierno para que lo volvieras a inundar, con la primavera que en tus ojos se encuentra, con tu voz que me apacigua en mi impetuosidad, con el sabor de tus besos de fresas y azahar. Ahora, porqué cierro mis ojos, y perpetua en mi conciencia estás, porqué no me moja este agua ya. Siguen las copas  con el vino que sobró en aquella noche.
Volvería, (el nombre me lo guardo), sin dudarlo, para perdernos siempre en el país de nunca jamás.

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